Cuando jugar con tus hijos se convierte en una tarea
¿Alguna vez has estado tranquilamente en lo tuyo solo para ser interrumpido por tu hijo que quiere jugar?
¿Qué digo? Claro que sí, eres padre o madre.
Llevándolo un paso más allá, ¿alguna vez tu hijo te ha pedido jugar y de repente tu cerebro simplemente se apaga? Como si hubieras olvidado cómo se juega, y para colmo, ¡todo lo que haces está “mal”! —según tu hijo— aunque hayas hecho EXACTAMENTE lo que te pidió. Esto puede hacer que los padres empiecen a temer jugar con sus hijos y luego se sientan culpables por ello.
¿Por qué existe esta barrera?
Para muchos padres, el juego de simulación o de “hacer como que” viene con un poco de presión, especialmente cuando parece que hay que seguir toda una historia imaginaria. Aunque amamos la creatividad de nuestros hijos, puede ser agotador tratar de recordar todas las reglas de su universo de fantasía. Algunos niños pequeños incluso se toman sus papeles muy en serio, dirigiendo a sus padres en la historia y el diálogo como pequeños cineastas a cargo.
Entonces, ¿por qué no disfrutamos jugar con nuestros hijos?
Honestamente, porque a veces es aburrido. La prioridad de nuestros hijos es simplemente jugar, mientras que nosotros estamos pensando en lo importante que es jugar con ellos, qué vamos a hacer para la cena, la ropa que hay que pasar a la secadora, y las mil cosas más que tenemos pendientes. Siendo realistas, los padres muchas veces simplemente no tenemos la capacidad mental ni la paciencia para jugar con un niño de humor cambiante.
Sin más culpas
¿De verdad está mal si una fiesta de té con nuestro hijo nos deja al borde de las lágrimas… de aburrimiento?
Claro que no. No debemos dejarnos atrapar por la culpa. Piensa en calidad, no cantidad. No tienes que sentarte a jugar con tu hijo por largos períodos de tiempo (puedes hacerlo, claro, pero no siempre es realista cuando tenemos trabajo o una casa que atender).
Prueba tener pequeños momentos de juego a lo largo del día. Por ejemplo: estás doblando la ropa y te pones un calcetín en la mano para hacer un títere que “se come” a tu hijo.
O mientras estás recogiendo la sala o el dormitorio, reta a tu hijo a una carrera: quien termine primero se gana una galleta (o cualquier otro premio que motive a tu hijo).
Tampoco deberías sentirte culpable por dejar que tu hijo juegue solo. El juego independiente es realmente excelente para su desarrollo: jugar solo estimula la creatividad, ya que los niños suelen tener sus mejores ideas cuando son ellos quienes dirigen la actividad.
El juego en solitario también fomenta la resolución de problemas, la confianza y la independencia. Además, es empoderador para los niños darse cuenta de que no siempre necesitan a un adulto para construir una fortaleza de almohadas.
Cuando los niños juegan por su cuenta, su imaginación realmente brilla. Ya sea coloreando, apilando bloques o enviando a sus peluches favoritos a grandes aventuras, el juego independiente despierta la creatividad y ayuda a que sus ideas crezcan. También fortalece la confianza y las habilidades para resolver problemas.
Jugar de manera independiente les da la oportunidad de tomar decisiones —como qué color usar o qué tan alta hacer una torre— y cuando las cosas no salen como esperaban (¡hola, torre de bloques derrumbada!), aprenden a buscar soluciones y volver a intentarlo.
